Alguien nos había contado
del esqueleto.
Estaba en el laboratorio
en una esquina
colgado entre tarros con
cerebros en formol
riñones y mapas
del cuerpo humano
maquetas que cuentan
la anatomía.
Fuimos una mañana en una hora
libre
nos escapamos de los demás
y entramos a la sala donde
nos esperaba.
Ella se quedó quieta un rato
no sabía qué decir ante esa
estructura amarilla de calcio
barnizado, y sonrisa
vacía.
Revolvimos una caja de cartón
húmeda y encontramos
algunos órganos falsos
de madera pintada
ella colocó un corazón
en su tórax enorme
al costado derecho.
Cuando nos retiramos
sin hacer ruido
nos gustó imaginar
que sonreía.
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